11 mayo 2015

Yo quiero ser rico

Pero no de lo que tú piensas
 
En esta sociedad nuestra se aspira legítimamente a la felicidad, como en cualquier otra. Y esa felicidad va indefectiblemente unida a la riqueza material. O sea que se es más o menos rico en función de la posesión de cosas y del dinero necesario para conseguirlas.
 
Craso error. Y ya muchos estudios afirman que la felicidad máxima suele alcanzarse cuando la prosperidad económica es tal que permite cubrir las necesidades básicas humanas y un poco más para destinarla a algún que otro pequeño capricho o necesidad psicológica que nos "eleve como humanos". De hecho, las personas más ricas de nuestro planeta, materialmente hablando, no son precisamente las más felices.
 
Mi búsqueda de la riqueza queda más enfocada hacia una prosperidad espiritual, mental, o psicológica. Después de mucha reflexión he concluído que soy profundamente pobre. ¿Por qué? Porque no disfruto de tres cosas que no tienen precio pero que os aseguro que os pueden dar la felicidad. Estas tres cosas son: el tiempo, la tranquilidad, y el conocimiento.
 
El tiempo, ¡ay cuánto se ha hablado del tiempo! Yo creo que el tiempo es el bien supremo. Cuando nacemos empieza a contar en una cuenta que disminuye irremisiblemente y que ya no se recupera. Una vez que ha pasado ya no vuelve y cuando nos hacemos mayores vemos lo poco que nos queda. Hoy en día aumentan las personas que sienten que tienen poco tiempo y pienso que es porque andamos con muchas prisas; vivimos demasiado rápido y atendemos a muchas cosas y hacemos más de las convenientes.
 
La tranquilidad. Los antiguos epicúreos definían la felicidad como la ausencia absoluta de preocupaciones; es decir, la tranquilidad del espíritu. Si tuviéramos más tranquilidad, acaso ¿no crearíamos más inventos y obras de arte; no reflexionaríamos y filosofaríamos más; no observaríamos mejor y seríamos más profundamente conscientes? En definitiva, ¿no seríamos más felices?
 
Y el conocimiento. Dijo Sócrates "sólo sé que no sé nada". Y es verdad que cuando tienes ya una edad y piensas en lo que sabes, te das cuenta de lo limitado del conocimiento humano. La plenitud humana como tal, viene con el conocimiento y la sabiduría. Por eso la práctica del aprendizaje tiene que ser continua y permanente. No hay que parar nunca de conocer ni de hacer; porque ya dijo Einstein que "aprendizaje es experimentar, todo lo demás, información".

Si no tengo tiempo, no tengo tranquilidad; y si no tengo tranquilidad, no tengo conocimiento.

Yo quiero ser rico.